Por Arthur González .
El 1ro de septiembre del 1977, bajo la administración del presidente James Carter, se inauguraba la Sección de Intereses de Estados Unidos en La Habana, un paso considerado diplomáticamente positivo, al amparo de la Directiva Presidencial/NSC-6, firmada el 15.03.1977, en la cual se diseñaba una estrategia diferente hacia Cuba para alcanzar sus objetivos.
Dentro de esos propósitos estaban hacer que Cuba abandonara su actividad internacionalista en Angola, no apoyara más la independencia de Puerto Rico y redujera al mínimo sus relaciones con la URSS.
Esa posición de la Casa Blanca ya había sido explorada en 1968, al comprender que la política contra Cuba no les daba resultados y América Latina apoyaba cada vez más a Cuba, por lo que el Comité de Planificación Política del Departamento de Estado, propuso el Secretario de Estado un proyecto de política para el cambio.
Dicha propuesta no fue aprobada, debido a que el Estimado Especial de Inteligencia Nacional 85/68 de junio de 1968, aseguró en sus conclusiones:
“Los problemas de Castro han dado un giro hacia el empeoramiento… Una seria sequía ha deprimido la zafra azucarera y la agricultura en general. Las condiciones de vida se han vuelto más rigurosas debido a los pocos suministros alimenticios…Los intentos de Castro de vencer sus problemas económicos, fuerzan a la población a trabajar más duro. Se ha producido un incremento en el descontento popular […]”
Por supuesto que ante ese escenario la respuesta del Departamento de Estado fue concluyente:
“…no es el momento más propicio para embarcarnos en un cambio de política, ya que las dificultades económicas actuales de Cuba y las señales de un creciente descontento, indican que las penurias por el asilamiento están teniendo un efecto real y, por tanto, debemos mantener toda presión sobre la política de aislamiento…”
¿Qué razones llevaron al Consejo de Seguridad Nacional a aprobar la apertura de la Sección de Intereses en 1977?
Muy simple, el ascendente trabajo secreto de la CIA y la necesidad de recuperar sus posiciones en el país, para no tener que seguir dependiendo de la colaboración con los Servicios de Inteligencia de sus aliados de la OTAN, ante el incremento de agentes cubanos.
Recordemos que octubre de 1976, en el entierro a las víctimas producto de la acción terrorista que hizo estallar en pleno vuelo un avión de Cubana de Aviación, Fidel Castro denunciaba el trabajo solapado de la CIA y para sustentarlo desclasificó a un doble agente cubano, a quien la CIA le dio la encomienda de colocar un micrófono oculto en una pieza de madera, en la mesa de trabajo del Secretario del Consejo de Estado, Osmany Cienfuegos.
La apertura de la Sección de Intereses le permitió a la CIA retornar a Cuba por la puerta ancha, para abastecer a sus agentes en el país de forma directa con medios tecnológicos de última generación satelital, para el envío de las informaciones requeridas.
En 1987, Cuba ante el incremento de las acciones ilegales de los “diplomáticos” yanquis, realizó la más grande y contundente denuncia pública que haya recibido la CIA, mediante la desclasificación de 27 agentes dobles, que durante años engañaron a la poderosa inteligencia de Estados Unidos.
Informaciones aparecidas en publicaciones cubanas de la época, afirman que de 1977 hasta 1987, de los 79 diplomáticos acreditados como permanentes en la Sección de Intereses en La Habana, 38 eran oficiales de la CIA, y de los 418 que estuvieron acreditados como temporales, 113 eran oficiales CIA.
Eso demuestra la importancia que tuvo para la CIA la apertura de su Sección de Intereses y de ahí las presiones sobre el Presidente Carter para que la aprobara, basado legalmente en la Directiva Presidencial del 15.03.1977.
Para los yanquis nada es causal, todos los costos y benéficos están debidamente calculados.
Algo similar debió pasarle al presidente Barack Obama, quien reconoció en su discurso del 01.07.2015:
“…podremos aumentar considerablemente nuestro contacto con el pueblo cubano. Tendremos más personal, y nuestros diplomáticos podrán participar de manera más extensa en toda la isla…incluida la sociedad civil y con los cubanos que buscan alcanzar una vida mejor”.
Una prueba de como cumplen al pie de la letra esas palabras y los encargos que cumplen sus diplomáticos en La Habana, la dio el 15.10.2016 el secretario de la Oficina de Derechos Humanos y Democracia del Departamento de Estado, Tom Malinowski, y la secretaria de Estado adjunta en funciones para Latinoamérica, Mari Carmen Aponte, quienes junto al Encargado de Negocios Jeffrey DeLaurenti, se reunieron con una docena de los denominados “disidentes” cubanos, financiados y orientados por el propio gobierno norteamericano.
Estos actos contradicen su compromiso de respetar la Convención de Viena de 1961.
Ninguno de los llamados “disidentes” representan al pueblo cubano, carecen de apoyo y reconocimiento entre la población, de liderazgo para promover un cambio de gobierno, no tienen moral ni prestigio, al ser financiados por una potencia extranjera.
Estados Unidos lo conoce perfectamente, y así consta en sus documentos oficiales.
La actual embajada de Estados Unidos en La Habana, además de malgastar su tiempo en escuchar a esa camada de vividores y recorrer la Isla para estimular sus actos provocativos, se ha dado a la tarea de estudiar y captar nuevos actores entre la juventud cubana, ofreciéndoles cursos y concursos en sus locales, con vistas a atraerlos a sus ideas y valores, los que les son inculcados bajo el principio que “ellos son los campeones del mundo en lograr un futuro luminoso”.
Esa edulcorada teoría la reiteró Obama el 17.12.2014 cuando expresó:
[…] “podemos hacer más para apoyar al pueblo cubano y promover nuestros valores a través del compromiso”; viejo ardid expresado por el ex director de la CIA, Allen Dulles, quien escribió:
[…] “Gracias a su diversificado sistema propagandístico, Estados Unidos debe imponerle su visión, estilo de vida e intereses particulares al resto del mundo…”
Los yanquis no cambian, son los mismo que José Martí conoció cuando vivió en sus entrañas, y de ahí que afirmara:
“…de esta tierra no espero nada para nosotros, más que males”.